Swedberg y las carabelas


Foto: Marta G. Brea / Faro de Vigo

Williot Swedber confirmó ayer las buenas sensaciones que dejó en la pretemporada. Es innegable que el sueco ha dado un salto en muchos aspectos, que le permiten que su juego luzca más que antaño. Cuando llegó al Celta, hace ahora dos años, era un futbolista bisoño, que necesitaba adaptarse a un ritmo de juego al que no estaba acostumbrado, y que precisaba en cierto modo readaptar su cuerpo a una forma de jugar muy distinta. 

Sufrió mucho durante su primer año en el Celta. Coudet le puso la cruz cuando le pidió el cambio en el primer partido del verano, y Carvalhal, que apostó por él nada más llegar al banquillo, acabó apartándolo prácticamente del mismo modo que lo hizo su predecesor. Con Rafa Benítez dio un pequeño salto, casi inapreciable, pero lo suficiente para empezar a ser decisivo con goles salvadores, y finalmente fue Claudio Giráldez quien logró que su talento, inmenso por cierto, tuviese continuidad. 

Ese, probablemente, ha sido el gran salto de Swedberg, para ver el futbolista que vemos hoy. Porque el sueco, como todos los jugadores dotados de un don para el fútbol, no necesitan matarse a correr ni realizar esfuerzos baldíos de cara a la grada. Y ha logrado algo que muy pocos futbolistas han vivido a lo largo de la historia en Balaídos: Ganarse el respeto de la grada por su talento, sin necesidad de sobreactuaciones. Por una vez el talento no está bajo sospecha, y es algo que merece una celebración. 

Ayer cambió el partido con su entrada, porque resultó absolutamente indetectable para la zaga vasca. Cuenta la leyenda que los nativos americanos no detectaron los barcos de los españoles porque no había visto antes semejante cosa. Entonces, cuando se dieron cuenta estaban desembarcnado y con el oro a medio cargar en los buques. Razonan que el cerebro es incapaz de procesar algo que no ha visto antes.  Obviamente esta es una leyenda urbana tan falsa y sin sentido como muchas otras, pero los defensas del Alavés probablemente crean que puede haber algo de cierto en todo eso, porque a ellos les pasó lo mismo con Swedberg, quien montado a lomos de las tres carabelas arribó plácidamente en el área rival para manejar el partido a su antojo. Y sin necesidad de correr mucho. 

Porque Swedberg, además de sorprendente, no parece gran cosa sobre el terreno de juego. Su caminar casi indolente no hace intuir el jugador que lleva dentro, hasta que de repente, y sin que nadie se de cuenta, agarra el balón, avanza unos metros y se inventa un remate con el exterior al más puro estilo Modric o Quaresma. El bueno de Sivera vio la carabela cuando ya estaba dentro de su portería. 

Unos minutos más tarde, con el Alavés buscando -y mereciendo- el 1-2, en una acción casi aislada, envió un pase de primeras con la izquierda que fue al lugar preciso para que Iago Aspas ejecutase a Sivera. Los zagueros del Alavés, sin darse cuenta, fueron a comprobar si su oro estaba allí, y solo pudieron encontrar biblias. Y aunque para el recuerdo quedará el golazo que marcó el sueco, es mucho más meritorio el pase a Aspas con su pierna menos buena, con un balón que venía botando y dando un pase de primeras absolutamente preciso.  Es un jugador de otro nivel. 


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