Foto: RC Celta |
Al margen del cumpleaños de Gonçalo Paciência, el celtismo también celebra este jueves el aniversario de Iago Aspas, que nació hace hoy 37 años en Moaña. Aquel día, los que ya vivíamos por entonces, permanecimos absolutamente ajenos a un momento fundamental en la historia del club. Aquel bebé era uno más de los que nacieron en Galicia, pero era diferente a todos ellos.
37 años después se ha instalado en el celtismo el debate sobre quien debe ostentar el título honorífico de mejor jugador en la centenaria historia del club. Los que defienden que Mostovoi es ese jugador tienen argumentos de sobra para defender su postura, y los que consideran que debe ser Aspas también. La fortuna para el celtismo es haber visto a estos dos enormes jugadores vestidos de celeste, y ahí debe acabar el debate.
Pero como el debate existe y no se puede parar, lo cierto es que los milagros de Aspas, a diferencia de otros mesías, están probados y grabados por cámaras de televisión, y se han ido repitiendo con el paso de los años de forma gradual. Muchos de nosotros los hemos visto en directo, y sus discípulos se cuentan por miles. Aspas ha estado presente en los grandes logros del equipo, aunque la gran mayoría de sus milagros llegaron para evitar descensos, como el de 2009 ante el Alavés, el de 2019 con la reconquista, o incluso el de la pasada temporada, en la que volvió a ser clave en las últimas jornadas.
Da miedo pensar que sería del Celta si no hubiese decidido volver en el año 2015. Ya fue clave en el ascenso de 2012, y por supuesto en la permanencia de 2013. Con su vuelta, unido a Berizzo, el Celta tocó la gloria, con dos semifinales de Copa consecutivas y alcanzando también esta ronda en la Europa League. ¿Qué hubiera pasado si el balón le cayese a Aspas en lugar de hacerlo a Beauvue?. Obviamente es imposible saberlo, pero ahí estuvo la oportunidad de alcanzar su sueño de ganar un título con el Celta.
A partir de ahí el Celta decidió prescindir de Berizzo en una decisión que aún se cuestiona por Vigo, y el resto de la historia es indigna con el moañés. Equipos cada vez peores, y todo fiado a que aparezca el moañés para arreglar los desaguisados de los despachos. Este verano está costando corregir los dramas de años pasados, y parece que el equipo está nuevamente destinado a luchar por la permanencia. El problema es que los años van pasando y pesando, y no podemos seguir exigiendo milagros, aunque ojalá duren mucho tiempo.
Da pena que el Celta no haya sabido rodearlo de jugadores para competir por algo más. Da rabia que su paso por el Celta haya coincidido con el de una directiva tan poco hábil. Duele recordar a Carlos Mouriño poniendo en el mercado a Iago Aspas en el Larguero, allá por 2018, en una entrevista conjunta en la que aseguró que no rebajarían su cláusula de rescisión, pero podían negociar las condiciones de pago.
Da miedo pensar qué hubiera pasado si el jugador hubiese hecho lo más lógico, que no es ni más ni menos que irse de un equipo que estaba por debajo de su nivel y que no tenía la ambición que su fútbol demandaba. Da alivio saber qué el jugador valora por encima de cualquier otro aspecto la cercanía con su familia, y también, aunque quede mal decirlo, que no haya triunfado realmente ni en el Liverpool ni en el Sevilla. A saber lo que hubiera sido del Celta si eso hubiera pasado. Fútbol ficción en todo caso.
El caso es que está aquí y tenemos que celebrarlo. Hoy cumple 37 años, y tenemos que disfrutar cada momento, cada partido porque puede ser el último.
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