Foto: Salvador Sas / EFE |
Un equipo de amarillo en Balaídos y Strand Larsen saliendo desde el banquillo para revolucionar el partido. El celtismo viajó en el tiempo a aquella cálida noche de septiembre en la que nos las prometíamos muy felices ante el Cádiz. Ya de vuelta en la tierra, el futbolista noruego volvió a cambiar un encuentro, aunque en esta ocasión, como todo lo terrenal, no sirvió para conseguir los tres puntos, aunque sí para imaginar un futuro mejor.
Que no es poco, porque la primera mitad, a pesar de disponer de oportunidades claras, invitaba a llamar proveedores para conocer el precio de la suscripción al canal de LaLiga Smartbank. Nos hacía falta un final de partido así, pero a quien le hacía mucha falta era al propio Strand Larsen. Lo necesitaba más que nadie.
El gigante se agrandó, al menos por una noche. El noruego es un jugador que derrocha carisma. Después de más de 800 minutos sin encontrar el gol sigue teniendo el respeto de la grada, que se vino abajo cuando, precisamente él, anotó el tanto del empate, y cuando el Villarreal esperaba el ok del árbitro para reiniciar el juego, desplegó los brazos pidiendo el ánimo del estadio, que aplaudió enfervorizado y se volcó definitivamente con el equipo.
Y el segundo gol no llegó de milagro, en sus botas y en las de varios compañeros. Parece increíble que el Celta no haya ganado este partido, pero el fútbol es un deporte simple, en el que gana el que más veces es capaz de colar la pelotita entre los tres palos. El Celta no fue capaz anoche, pero ya sabe a qué aferrarse para hacerlo otras noches. Y cuanto más se agrande el gigante, más opciones tendremos de hacerlo.
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