Foto: Chema Díaz |
El Atlético de
Madrid, equipo que presume de pequeño e irreductible, no lo es
tanto. Cerca de 200 millones de presupuesto nos avalan al
considerarlo no solo un grande de España, sino también de Europa.
Reciente finalista de la Champions y vigente campeón de Liga. El
Celta, con el ansia de crecer y quién sabe si de acercarse a viejas
glorias pasadas allende los límites del viejo continente, sí es un
equipo humilde y que lucha semana a semana contra muchas y
continuadas trabas. No es el único, desde luego, y como quedó
demostrado con el reciente contrato televisivo en la Premier League,
otro futuro es posible.
Por suerte lo
demostraron los pupilos de un renacido Toto Berizzo contra los
agotados jugadores del Cholo Simeone. En una de esas gestas que
quedan para la memoria, el pequeño derrotó al grande superándolo
en prácticamente todas las facetas del juego. Es decir, no solo fue
una victoria, fue también un apabullante baño futbolístico en el
que los atléticos casi no tuvieron opción más allá de dos jugadas
aisladas. A tenor de lo ocurrido la semana anterior, con los
colchoneros goleando a su eterno rival y con los célticos volviendo
a sembrar muchas dudas e Anoeta, era difícil adivinar el resultado
de este bellísimo partido de los de Balaídos.
La alineación
redundó en la idea que comenzó a sembrar Berizzo en el partido
clave contra el Córdoba. Dos medio centros con un mediapunta por
delante que sirviese a los tres atacantes de balones y transiciones
equilibradas. Esta vez a Augusto Fernández se sumó Radoja y, como
en aquel Celta europeo, ambos alternaron entre labores de destrucción
y construcción. Como Luccin y Giovanella; como Mazinho e Ito. Dos
pivotes con calidad para robar y para asistir, especialmente certero
en esto último un Augusto que se doctoró en la noche del sábado
como improvisado mediocentro. ¡Qué partido el suyo! A su gran
sacrificio y conducción suma ya una nueva vertiente e su juego: la
de la colocación. Su inteligencia en la sala de máquinas hizo
crecer al Celta y provocó el gran partido de un liberado Michael
Krohn-Dehli en la mediapunta.
Y por allí
aparecía también Orellana, como un relámpago entre la quietud de
los tótems atléticos. Bien aparecía por las bandas, bien aparecía
por el centro. Su movilidad termina de dar la puntilla a un esquema
que beneficia a todos: la pelota es casi monopolizada y los esfuerzos
en la presión son mucho menores. Incluso las tan temidas marcas al
hombre made in Bielsa son
mucho más flexibles que antes. Y luego está, claro, Nolito. Con su
golito y su vuelta al gran nivel del rincipio de Liga. Desde el
extremo izquierdo volvió loco a Juanfran, uno de los laterales más
peligrosos y expeditivos del campeonato. Provocó el penalti (que
marcó) y dejó para el recuerdo un sinfín de caños, sombreros,
regates y momentos. Todos ellos con mucha eficacia y sentido dentro
del juego del equipo.
Es
cierto que no jugaron los visitantes su mejor partido, sorprendió el
Cholo despoblando tanto el medio del campo en favor de una delantera
con nombres. Berizzo lo leyó bien y cubrió el círculo central con
jugadores sacrificados e inteligentes. La defensa, con todos atentos
y bien colocados, hizo destacar a Jonny y a Fontàs en el corte. Poco
peligro llevaron los madrileños, sobre todo en la primera mitad. Lo
único que faltaba, como siempre, era rematar. Desaparecido para esas
lides el bueno de Larrivey (cuyo trabajo y asociación certera con
sus compañeros es innegable), Nolito y Orellana anotaron los tantos.
¿El árbitro? Por fin nos dio más de lo que nos quitó. Pero eso es
lo de menos en este partido: todo el mundo, incluso los atléticos,
vieron un auténtico repaso futbolístico.
Con
la confianza que dio el golazo de Orellana a 15 minutos del final, el
Celta se dedicó a dormir el encuentro con mucho aplomo. Dio gusto
ver tocar a los nuestros, dormir el juego y encarar la portería
contraria con tranquilidad. Incluso a la contra pudo venir la
goleada. Pero el resultado dejó satisfechos a todos los celtistas.
Una victoria quizá inesperada pero sin duda merecida. Una hinchazón
de moral que hace que los jugadores encaren el derbi como se debe:
con confianza y tranquilidad.
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