Iago Aspas y el carrusel de emociones


Foto: Kemas Koper
El día de su despedida, con la emoción a flor de piel, Iago Aspas ya hablaba de su regreso. Soñaba con triunfar en el Liverpool, uno de los clubes con más tradición del mundo cuya camiseta se disponía a vestir no sin antes dejar nueve millones de euros en las arcas del Celta, pero también con volver algún día como hijo pródigo al club de su vida.

Un año después, fallida la experiencia inglesa, Iago vuelve a la Liga española pero no para entrenar a diario entre la densa niebla de A Madroa, sino para tostarse al sol de Andalucía. Hay quien ve como una traición su cesión al Sevilla –que el año que viene pagará seis millones de euros para atar al jugador por tres años más con opción a un cuarto-, pero la elección de Aspas es la más lógica. Para él y, por supuesto, también para el Liverpool.

La grandeza del fútbol reside en su capacidad para generar sentimientos de todo tipo. Emoción, alegría, tristeza, frustración, solidaridad, pena, júbilo, rabia, amor y odio. Todo tiene cabida en el corazón del aficionado, que viaja en un carrusel de emociones durante los noventa y pico minutos que dura cada partido, mira la clasificación con la preocupación de quien ve su cuenta bancaria en números rojos y sigue el mercado de verano imaginando mil onces diferentes cada día. Iago sabe lo que es sufrir sentado sobre la vieja piedra de Balaídos. Iago soñó desde la grada o como recogepelotas con vestir algún día la zamarra del primer equipo celeste. Y su sueño tornó en realidad. Salvó al Celta del descenso a Segunda B y de su más que probable desaparición, lo devolvió a Primera a base de goles y talento y contribuyó decisivamente a una milagrosa permanencia antes de hacer las maletas. No sólo ha jugado en el Celta, sino que ha sentido lo mismo que los miles de aficionados que llegado un día lo convirtieron en mito.

Pero el caso es que, además de celtista, Iago Aspas también es futbolista. Con sus sueños, sus aspiraciones, sus necesidades. El dinero no engrandece el fútbol. Al contrario, muchas veces lo ensucia. Pero es un mal necesario para el espectáculo en que se ha convertido este genial invento del Siglo XIX. Y tanto el Liverpool como Iago han encontrado en Sevilla algo que Vigo no les podía ofrecer: un traspaso de seis millones de euros y un salario considerablemente más generoso. Un seguro de vida para un deportista que, como los demás, con pronta fecha de caducidad. El Celta, a pesar de que reconoció públicamente que el fichaje de Aspas era una de sus "prioridades", no puede abordar a día de hoy una contratación de ese calibre y Iago, evidentemente, no está en disposición de hipotecar su futuro para cumplir sueños de aficionado. Conviene recordar que su zurda ha de darle de comer durante muchos años.

Pero es que, además, el Sevilla no sólo le ofrece dinero. También la posibilidad de ganar títulos –sin ir más lejos, este verano disputará la Supercopa de Europa contra el Real Madrid-, de jugar en Europa y de competir en la zona noble de la tabla. La aspiración de cualquier futbolista convertida en realidad.
Muy posiblemente, Iago volverá a vestir la camiseta del Celta. Pero antes tiene que triunfar lejos de su querida Moaña. Para eso se fue, entre lágrimas, hace sólo un año. No, por ahora no le toca volver.
Sevilla es su destino inminente. Aspas cuenta las horas. "Muy contento y feliz de unirme al Sevilla. Deseando empezar a entrenar lo más rápido posible con mis compañeros!! #vamosmisevilla", escribió ayer en su cuenta de Twitter Iago, convertido, por primera vez, en rival del Celta.

Borja Barreira / Atlántico Diario

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