Corría el minuto 15 de la segunda mitad de la prórroga de un apasionante choque de octavos de final de un Mundial. Los protagonistas eran Chile y Brasil, organizadora y principal favorita para alzarse con la corona mundial. Mauricio Pinilla, delantero chileno, enganchó un balón en el borde del área grande y lanzó un potente disparó que se estrelló contra el larguero de la meta defendida por Julio Cesar.
Toda Brasil contuvo la respiración mientras el balón bolaba con rumbo fijo hacia su portería. Los fantasmas del "Maracanazo" recorrían cada uno de los rincones del estadio Mineirao, sacudidos bruscamente por el impacto del cuero en la madera. Al otro lado, los chilenos veían como su gran oportunidad se escapaba, hecho consumado unos minutos después en la tanda de penaltis.
El autor del disparo, que jugó en el Celta en el año 2004, nunca olvidará esa acción que pudo marcar su carrera, ya dilatada, como futbolista. El travesaño le impidió ser eterno, ser recordado para siempre, no solo en su país, sino en todo el mundo. Casi a la altura de Ghiggia, aquel uruguayo que provocó en la selección brasileña un cambio de indumentaria y la verguenza nacional para todos los jugadores de la "canarinha".
Y aunque ese remate de Pinilla no se recordará dentro de diez años, el propio jugador, que siempre tuvo querencia por las extravagancias, ha querido grabar a fuego en su piel el recuerdo de aquel momento en el que casi besa la gloria, tatuando una escena ya icónica, acompañada de una descripción en inglés: -One centimeter from glory- que no precisa traducción. Además, ya que estaba metido en faena, se tatuó en las sienes el mensaje "Blessed for life": Bendecido para toda la vida. Las imágenes las publicó el estudio de tatuaje que le realizó los dibujos.
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