Foto: Ricardo Grobas |
Los brazos de Courtois, la seguridad de Godín y Miranda, el pulmón de Filipe Luis, la mejoría de Juanfran, el sentido táctico de Gabi, la omnipresencia de Koke, el oficio de Villa...el Atlético ha ganado esta Liga por muchas razones que casi todas tienen que ver con el rendimiento, en ocasiones inesperado, que han dado la mayoría de futbolistas de la plantilla, exprimidos como limones por Simeone que les ha sacado todo el zumo posible. Pero nada es comparable con los 27 goles de Diego Costa y la incidencia en el juego del Atlético que ha tenido el delantero nacido en Lagarto.
Curioso decirlo en un día en que un trallazo muscular le dejó fuera de combate cuando apenas se llevaban diez minutos de juego. Pero las Ligas se ganan en invierno, en las tardes frías del Calderón en que el viento corta la cara, en las noches infernales de San Mamés, en esas tardes otoñales que siempre parecen un estorbo, un problema. Y ahí, siempre estuvo Diego Costa, puntual y preciso. Los goles del punta siempre llegaron a su hora y son más de una docena de partidos los que el Atlético de Madrid desatascó gracias al ahora internacional español. La explosión de Diego Costa además se produjo en un momento de enorme incertidumbre para el club que acababa de vender por una cifra escandalosa a Radamel Falcao. Sin el colombiano alguien tendría que asegurar sus goles para que el proyecto de Simeone tuviese la posibilidad de llegar a su destino. Era evidente que David Villa ayudaría, pero se necesitaba un ejecutor superlativo.
Y ese fue Diego Costa quien tampoco se conformó con el papel de simple futbolista de área. El delantero ayudó como nadie a resolver situaciones delicadas para el Atlético de Madrid, esos momentos de partido en que el equipo se ha sentido agobiado y presionado. Han sido muchos. Casi siempre la solución era sencilla: balón a Costa. El de Lagarto, su manejo de la pelota y el cuerpo permitía al equipo estirarse y salir del apuro para recuperar su posición en el campo. Y cuando podía galopar hacia la portería contraria lo ha hecho demostrando la potencia que ha ido generando en este tiempo. Delantero incómodo, de los que agobian a los defensas porque no se limitan a generar problemas con la pelota en los pies, sino que acreditan de un genio y un carácter que le lleva a pelear, a buscar el cuerpo a cuerpo, a embroncarse con asiduidad y a transformar un simple partido en un constante debate contra sus marcadores. Un interminable incordio.
Pocos de los que le vieron de cerca en Vigo podían imaginar que Diego Costa alcanzaría ese nivel en el Atlético o en cualquier otro equipo en el que recalase. En el Celta dejó gotas de su inmenso talento, de su calidad para sacarse de la nada un gol o una jugada brillante. Pero también su inconsistencia y su facilidad para meterse en problemas por culpa de una actitud que parecía más propia de un adolescente consentido. Diego Costa llegó a Vigo siendo un proyecto de futbolista en el que no creían demasiados. En apenas unos pocos años se ha transformado en uno de los más grandes delanteros del fútbol mundial que a lo largo de esta temporada ha tocado el cielo. Una alegría empañada por la lesión que seguramente le va a dejar sin la final de la Champions. Pero esta Liga lleva su firma bien grande.
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