Foto: AFP |
Soplaban tiempos
de incertidumbre en casa Celta. De la excesiva ilusión se pasaba al
pesimismo extremo en uno de esos casos que solamente se dan en el
fútbol y que están muy por la labor de dejar pasar el sentimiento
de por medio. Dos derrotas consecutivas, una contra un rival directo,
y ya se habían encendido todas las alarmas. Así que se presentaba
el Sevilla, seis victorias consecutivas mediante, como partido
urgente.
Y el fin de semana
de Vigo, aquel que celebra la reconquista de la tierra nuestra en
descrédito de los franceses, sirvió también para que el Celta
reconquistase su propio feudo. A diferencia que aquellos que asolaron
a los franceses con mil y una artimañas, los jugadores celestes
sufrieron y sufrieron para derrotar a un Sevilla que si bien venía a
esperar también pudo matar a la contra en más de una ocasión. Pero
un penalti, el primero que anotan los del Lucho esta temporada,
sirvió para alejar fantasmas y encarar, esta vez sí, con el mayor
de los optimismos lo que resta de temporada.
Introdujo el
entrenador asturiano cambios de nuevo. Sutiles, pero cambios al fin y
al cabo. Iñigo López, uno de los aciertos de este tramo, se situaba
como titular en la defensa al lado de Fontàs. Inexpugnable el
central riojano que todo lo hizo y bien. Bien en el cabeceo, rápido
al corte, incluso potable en la salida de balón. Se vislumbra como
una buena alternativa para que Fontàs suba al medio del campo ante
el mal momento de Oubiña y el riesgo que supone situar a Krohn-Dehli
como único pivote. Riesgo, por otra parte, que ayer salió bien de
nuevo. El danés se marcó un gran partido en la medular y no en
aquellas virtudes que ya le conocemos, si no sobre todo en el corte y
la presión. La importancia de haberlo recuperado para el final de la
temporada se antoja capital.
Por otra parte
volvían Rafinha y Álex López. Pero ninguno de los dos estuvo a su
nivel. Batallaron y buscaron el balón para asociarse, pero uno por
cansancio tras lesión y el otro porque no acaba de encontrarse se
fueron diluyendo ante la importante presencia sevillista en el medio
del campo. El partido, sin embargo, se desarrollaba de forma extraña.
El Celta tenía el balón y percutía con cierto peligro ante unos
andaluces muy ordenados y serios, cuyo objetivo era esperar un
despiste y armar la contra. En varias ocasiones blandieron espada,
pero el corte no llegó a ser profundo. La velocidad de Gameiro y la
potencia de Bacca asustaban a la espalda de un Fontàs al que le
costaba recular. Pero allí estaba Yoel para meter la pierna y
estirar el brazo. Gran partido el suyo ayer, primordial en alguna
ocasión y valiente con los puños en los momentos comprometidos.
Llegados al tercio
final, esa franja maldita del ochenta al noventa, el Celta no se
rendía y pisaba campo sevillista. Orellana rompió el larguero al
estilo Nolito y Mario Bermejo se adueñó del área. Excepcional el
cántabro, cuyos veinte minutos en el campo dejan a las claras la
injusta infrautilización a la que ha sido sometido en esta campaña.
Peinó balones, distribuyó con criterio para sus compañeros de
espaldas a portería y, sobre todo, presionó como si le fuera la
vida en ello. Fruto de esa insistencia llegó la jugada del penalti,
discutida por los visitantes pero firmemente señalada por el
árbitro.
Restaban cinco
minutos y no falló Nolito. El fichaje estrella llega a lo importante
entonado y metido en el equipo, con ganas y creando peligro. Más
allá del gol suyas fueron las acciones de más brillo y por su
banda, hasta la entrada de Orellana, llegó el peligro casi
exclusivamente. A punto estuvo del doblete, pero nuestro querido y
respetado Javi Varas se estiró como el curso pasado lo hacía de
celeste para evitar la sentencia. Sufrió el Celta hasta los últimos
instantes ya fuera a través de saques de esquina o con un mano a
mano que resolvió mal el colombiano Bacca. Pero, sin tiempo para
más, un grito de alivio fue expulsado a las nubes de Vigo. La tierra
había sido reconquistada y la orilla, tan lejana una jornada antes,
se comenzaba a vislumbrar brillante y cercana.
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