"Gol de Welliton"


Foto: Jorge Santomé 
El celtismo malhumorado de hace unos años, con sus razones, es hoy un celtismo alegre incluso cuando carece de ellas. Se le nota la sangre fresca; ese entusiasmo por lo que sucede y lo que jamás sucederá; por sí o por no.

La afición, o sea, camina junto a su equipo hacia la salvación y hasta camina sin él. Muchos se reúnen en el Casco Vello dos horas antes del partido, en esa fiesta extraña que es la Reconquista. "Vivan las cadenas", gritaban los patriotas de entonces. Celebramos habernos librado de la revolución, aunque ya nos llegase podada y castrada por Termidor y Napoleón. La España actual se explica en gran medida por lo que le faltó entonces, la guillotina.

El gentío emprende la marcha hacia Balaídos desde la Porta do Sol, feliz porque quizás intuye una victoria o feliz a pesar de que quizás no llegue. Cuesta reconocer en el estadio actual de grandes entradas aquel estadio casi vacío de hace un lustro.

Una zona, sin embargo, atardece seca. En la esquina del fondo donde suelen ubicarse los Celtarras apenas hay espectadores. Los miembros de la peña protestan con su ausencia por lo que consideran una excesiva presión policial. Varios fueron multados y hubo cuatro detenidos por incidentes al final del partido contra el Málaga.

Pocos como la peña Lío en Río entienden qué significa ser del Celta, a medias entre el realismo mágico y el surrealismo. Una exageracion de lo real, o sea, o su reflejo deformado. "Caballo, caballo, caballo", le gritan al hincha que en las segundas partes suele correr por Río Alto enarbolando la bandera disfrazado con una cabeza equina. Centauro inverso, aunque ayer lo hizo al descubierto. También Lío en Río comenzó a cantar la pasada temporada "gol de Demidov, gol de Demidov". Lo que fue, en su metamorfosis, un presagio, un deseo, una ironía y al fin una especie de marca propia, con sentido en sí misma. Ayer el cántico mutó, desterrando al noruego al olvido. "Gol de Welliton, gol de Welliton", proclaman ahora. El brasileño, coleccionista de descartes, es el nuevo ídolo en esa dimensión paralela. El mercado invernal conserva su utilidad. Sirve, al menos, para nutrir y renovar el sarcasmo de Lío.

Durante el partido, en varias fases, apenas pasa nada, en lo que en el fútbol se entiende por pasar algo. Tampoco importa. Porque se puede protestar por lo que no pasa, como la tarjeta a Jairo que Martínez Munuera no llega a mostrar, y alborozarse por lo que parece no haber pasado, que es el penalti de Fazio. Surge de repente, por generación espontánea. Las imágenes revelarán después que sí existió, aunque también pudo existir falta previa de Bermejo. Así es Balaídos, ese lugar único en el universo donde sucede algo, su contrario, todo a la vez o nada.

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