Lo sucedido ayer en Villarreal es otra advertencia del mundo del fútbol a la locura. Afortunadamente no sucedió nada en esta ocasión, pero podría haberlo hecho perfectamente. Meter un bote de gas lacrimógeno en un estadio de fútbol es una idea que solo se le ocurre a un descerebrado, pero los clubes deben ser los encargados de velar por la seguridad de los aficionados e impedir que a cualquier loco se le pueda ocurrir algo así. Y es que ayer se escenificó lo que muchos sospechábamos desde hace tiempo: Es muy fácil introducir en un campo de fútbol ciertos artefactos.
Los que acudís con relativa frecuencia a un campo de fútbol, sabéis de lo que hablo. No quiero, ni creo, que esto se entienda como una crítica hacia la seguridad en Balaídos, porque es algo muy generalizado en el mundo del fútbol, aunque los que leéis esto seguramente soléis acudir habitualmente a Balaídos, y podréis constatar que las medidas de seguridad son totalmente escasas. En cualquier partido, si quisiésemos, podríamos introducir un bote de gas lacrimógeno sin mayor problema porque en la mayor parte de los casos uno puede acceder al estadio sin ser cacheado ni que le revisen bolsos o mochilas.
Solo en la grada de Preferencia lateral, donde se ubica la Peña Celtarras, se producen cacheos más exhaustivos, pero en el resto de las gradas, los aficionados pueden entrar con total tranquilidad. Eso sí, que no se te ocurra introducir al campo una botella de agua con el tapón, no vaya a ser que en un arrebato de locura lances la botella y perpetres una desgracia. Ahora, el resto de artefactos, mientras no tengan tapón, no hay problema. Insisto, no es una crítica al Celta, sino a la deficiente política en materia de seguridad de todos los clubes de España, y como ejemplo la del Villarreal, que ayer permitió que un energúmeno pudiese hacer daño a mucha gente.
No aprendemos. Hace tres temporadas tuve la ocasión de acudir a un partido de la Serie A. Concretamente a un Genoa - Brescia disputado en Génova. Elegí una grada popular, bulliciosa y animada, pero en la que no había ninguna peña radical. Podríamos compararla a la grada de Marcador en Balaídos. Es decir, no era una grada "peligrosa". Para acceder al estadio tuvimos que superar tres controles de seguridad, y en dos de ellos tuve que abrir la mochila puesto que resultaba sospechosa la funda de mis gafas. Dicho control lo pasé yo, que llevaba la camiseta del Celta, y todos aquellos aficionados que acudían perfectamente ataviados con los colores del Genoa. No hubo un solo aficionado, al menos los que accedieron por esa zona, que no pasasen dichos controles.
Desconozco si es una práctica habitual en el fútbol italiano o solo se lleva a cabo en Marassi, pero esa seguridad está muy lejos de la que podemos ver en España, tanto en Balaídos como en los campos a los que he podido acudir como aficionado. Tal vez deberían preocuparse un poquito menos por el dichoso tapón de la botella del agua, que también es importante, y un poquito más por revisar en profundidad lo que cada uno puede llevar en sus bolsos o mochilas, aunque el acceso al recinto se haga un poco más lento. La seguridad, y la salud de cada uno de los que acudimos a un estadio bien lo vale.
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