Diego Costa y Quincy: Dos formas de llevar una carrera


Corría el mes de junio de 2007 cuando el Celta consumó su descenso a Segunda División tras dos temporadas en la máxima categoría. Era la primera temporada de Carlos Mouriño en la presidencia del Celta, y tras la infructuosa victoria ante el Getafe tomó una trascendente decisión: Pondría en manos de Ramón Martínez la dirección deportiva del equipo. El veterano secretario técnico, con experiencia en equipos como el Real Madrid o el Valladolid, abrió su agenda y tiró de contactos para llenar el equipo de futbolistas talentosos, llegados en la mayoría de los casos en calidad de cedidos y procedentes de las canteras de la capital. A Vigo llegaron jugadores como Agus, Adrián González, Mario Suárez, Julián Vara, Diego Costa, Vitolo, Quincy, Zanev o Michu. Futbolistas con un recorrido largo en el fútbol, alguno de ellos internacional absoluto, otros actualmente en la Premier y alguno, como es el caso de Julián Vara, acabaría finalmente jugando en el Torrijos. 

Fue un equipo con un gran potencial por la calidad de sus jugadores, pero con el denominador común de la juventud, la inexperiencia y, sobre todo, una tremenda falta de compromiso con la entidad. Entre estos futbolistas destacaron dos jugadores talentosos: Quincy Owusy-Abeyie, que venía de destacar en el mundial Sub-20 junto a Leo Messi, y Diego Costa, que pasaba por ser una de las grandes esperanzas de futuro del Atlético de Madrid. Un aficionado colchonero me dijo en un Ciudad de Vigo en el que el rival era la entidad madrileña: "Fíjate en el 23. Es el futuro delantero del Atleti". No le presté mucha atención, pero el caso es que unos días después, ese número 23 era presentado como nuevo jugador del Celta. 

No hizo falta que pasara mucho tiempo para darse cuenta de que tanto Quincy como Diego Costa eran futbolistas especiales, pero tampoco costó mucho entender porque todavía estaban en Segunda División. Juventud, inexperiencia y cabeza loca. A Quincy tardamos un poco más en conocerlo, pero Diego Costa se destapó ante el Xerez. Tras un partidazo, acabó humillando a un rival vencido. Unas semanas después agredió al defensa malaguista Welligton. Fue el preámbulo de lo que sería su carrera posteriormente, pero también dejó destellos en Vigo, como un golazo ante el Numancia que será difícil de olvidar. A Quincy tampoco se le olvidó, pero sus reiteradas ausencias a los entrenamientos, sus escapadas a Inglaterra sin previo aviso y su falta de compromiso hicieron el resto. Por supuesto, trabaron una buena amistad, y ambos se marcharon de Vigo sin que nadie los echase especialmente en falta. 

Cuando partieron rumbo a sus equipos de origen, ambos estaban cedidos, la sensación era que, o enderezaban su carrera, o podían tirar al traste con sus opciones de triunfar en el fútbol, y lo cierto es que seis años después, ambos han tomado caminos muy diferentes. Mientras Quincy sigue buscando equipo después de dar tumbos por varias ligas, estando muy lejos de aquel futbolista al que se comparaba con Messi, Diego Costa ha conseguido enderezar su carrera, y aunque la comparación con Messi es imposible, tras seis jornadas de Liga, ha logrado igualarle al frente de la tabla de máximos goleadores con siete tantos tras el doblete de anoche ante Osasuna. 

Las cesiones en Albacete, Valladolid y Vallecas sirvieron para ir forjando a un futbolista que no ha podido esquivar la polémica allá por donde ha ido. Incluso en el Calderón ha seguido labrando una fama de futbolista arisco, amigo de los líos, con una facilidad tremenda para ganarse el odio de las aficiones rivales. En Nervión lo saben perfectamente. Pero a nivel futbolístico, su crecimiento ha sido imparable. Incluso más de lo que hubiésemos podido pensar y de lo que aquel aficionado atlético, al que hace tiempo que no veo, hubiese podido pronosticar. La marcha de Falcao le ha dejado el camino libre hacia el estrellato en el Manzanares y ha aprovechado su momento. 

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