Foto: Marta Grande |
El celtismo tiene esta temporada un claro matiz hedonista. El placer de los sentidos compensa cualquier revés numérico. Todo sea por sentir despertarse dentro de uno disfrutes futbolísticos que engendró cuando joven viendo aquel Celta europeo e internacional, que maravilló sobre el césped sin convertir la belleza en títulos. Porque en eso consiste la juventud: en disfrutar sin pensar demasiado en el porvenir. Pocas veces dos empates han dejado más satisfecho a Balaídos, que se embelesa tanto con el durante que no se preocupa del después. El celtismo es joven, al igual que su equipo.
El placer se manifiesta de muy diferentes formas. Hay quien lo encuentra en la revancha con el enemigo íntimo y por eso a Riki se le afeó desde incluso antes de empezar el choque su pasado en el Deportivo, cuyo penoso presente salió a relucir también en algún que otro cántico.
Hay quien encuentra placer en el recuerdo, trayéndolo al presente para compartirlo. Y no tiene por qué ser de un momento feliz, siempre y cuando denote unión. Por eso, hay quien en Río Alto sigue cantando aquello de 'Gol de Demidov' cuando el equipo dispone de un saque de esquina, aunque el noruego ya esté lejos de Vigo, haya pasado por el equipo sin excesiva gloria y nunca haya marcado un solo gol.
Hay quien encuentra placer en cerciorarse del crecimiento veloz de una cantera a la que vio nacer. Que Hugo Mallo ejerza ya de capitán con apenas 22 años al lado de un chaval de 18 que acaba de debutar en Primera colma los deseos de identificación con el equipo de una grada ávida de nuevos canteranos.
Pero, sobre todo, la afición viguesa encuentra placer en el juego realizado por el equipo. Lo estético de la creación compensa lo errático de la definición. Y cuando eso sucede, se aplauden casi tanto los intentos como los logros. Balaídos vivió muchos minutos centrado en el bello presente y sin temer el incierto futuro del 1-0.
La insultante juventud de los centrales; la mayor presencia del siempre escudriñado Fontás como pivote; el enorme partido de Álex López; la aparición de Rafinha como titular y como goleador; los movimientos de Charles; el tesón de Augusto... Todo sonreía tanto que el rictus se mantuvo al final a pesar del empate del Granada. Menos puntos y más sensaciones. Hedonismo futbolístico.
Santi Alonso / Atlántico Diario
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