MIGUEL ÁNGEL SANTOS |
Aunque carezca de escasa memoria por la inevitable euforia del momento, tiene el fútbol una fascinante capacidad casual para, si lo deseas, viajar a otros instantes históricos con los mismos rivales y en idénticos campos. Así, el Celta apurará este domingo sus escasas opciones de permanencia en Zorrilla, donde el 3 de marzo de 2012 dio un paso de gigante hacia Primera con el tanto de Joan Tomás.
Curiosamente, hace escasos meses los de Djukic cayeron en Balaídos ante un conjunto céltico que inició justo después su progresivo deterioro clasificatorio, futbolístico y anímico. Ahora, la afición asume el más que probable adiós al sueño de seguir en la máxima categoría del fútbol español. Sin embargo, en la enésima demostración de apoyo al equipo, Pucela será celeste para soñar con una victoria que permita albergar la más mínima esperanza de salvación en la última jornada. Cosas más rocambolescas se han visto, ¿no?
Los últimos acontecimientos deportivos incitan al desaliento, ya que el Celta no demostró hace quince días en el Benito Villamarín lo que había en juego. Perdió frente al Betis con aquel gol de Rubén Castro y añoró ahí la época de bonanza producida por las dos alegrías consecutivas (Zaragoza, Levante) que habían revitalizado el universo olívico tres semanas antes. No fue posible ganar en casa dos encuentros decisivos (Athletic de Bilbao, Atlético de Madrid), pese al coraje manifestado sobre el terreno de juego. Se vio que no era suficiente ante dos adversarios de enorme categoría.
Considerando lo duro que ha sido regresar a Primera, sería muy triste abandonar tan pronto la élite. No obstante, todavía existe una mínima esperanza y habrá que pelear por ella hasta el pitido final. En las gradas, nunca faltarán gargantas célticas dispuestas a recordar quiénes somos. Si se consuma el milagro, la vida nos habrá dado una segunda oportunidad. En caso contrario, lloraremos lo que haga falta antes de hacer terapia. Lo único que está claro es que, pase lo que pase, seguiremos entonando nuestro himno, vistiendo la camiseta que nos distingue y portando al cuello la bufanda que demuestra de qué color es nuestro corazón.
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