En plena Semana Santa arranca el tramo decisivo de la Liga.
Tras el parón por selecciones, la competición se reanuda el próximo fin de
semana y no se detendrá hasta su conclusión. Salvo el título de Liga, muy
encaminado hacia Barcelona, todo está aún por decidir. Llega el momento de
echar el resto para alcanzar el mes de junio con la satisfacción del deber
cumplido.
En Vigo han sido
días de tormenta. La resaca del derbi ha dejado heridas que urge cicatrizar con
rapidez. El Celta tocó fondo en Riazor ante su gran enemigo en un encuentro
infame en el que las formas de la derrota dolieron más si cabe que ella misma. El
equipo ofreció síntomas de descomposición, tanto futbolística como emocional,
que no invitan a ser muy optimistas de cara al futuro. Abel Resino, contratado
para solucionar los problemas de Herrera, todavía no ha encontrado la fórmula y
sus números al frente del banquillo no mejoran a los de su predecesor. Por si
fuera poco, Iago Aspas estará apartado cuatro semanas de los terrenos de juego.
Su infantil agresión a Marchena no sólo le ha costado al equipo perder a su
mejor jugador durante más de una hora en A Coruña, sino que le privará de él en
compromisos venideros cuya importancia se antoja trascendental para las
aspiraciones celestes.
Con todos estos
condicionantes comienza una nueva semana, la que, aprovechando las fechas, bien
podría ser la semana de la resurrección. Cierto es que el rival que aguarda el
próximo sábado en Balaídos, un Barcelona estratosférico, puede no ser el mejor
para remontar el vuelo. No obstante, desde el prisma opuesto, el partido debe
concebirse sin exigencia, como un encuentro en el que poco o nada hay que
perder y sí mucho que ganar. La derrota entra dentro de todas las quinielas,
mientras todo lo que sea puntuar puede considerarse un éxito. Sin presión y
confiados en las posibilidades, pequeñas pero existentes, hay que ir en busca
de la hazaña.
Una gesta que, por
otra parte, nunca será más propicia. Y es que el conjunto culé, castigado
físicamente por los partidos y viajes de una plantilla repleta de
internacionales, aterrizará en Vigo con un ojo puesto en París, donde tan sólo
3 días más tarde le espera la ida de los cuartos de final de la Liga de
Campeones. Motivos para la esperanza que no deben inducir a la euforia. Un
Messi hambriento de récords y el regreso al banquillo de Tito Vilanova son dos
factores que juegan en contra del Celta.
No obstante,
ninguna de las ambiciones del insaciable equipo azulgrana pueden superar las
celestes. Los vigueses se juegan la salvación, el mantenerse en una categoría
que tanto le costó recuperar y en la que ha habitado durante la mayor parte de
su historia. Por eso no se puede tirar la toalla ahora. Queda tiempo para
levantarse y renovar la plaza en Primera para la temporada que viene. Y qué
mejor forma de hacerlo que ante uno de los mejores equipos del mundo. La
ingesta de moral sería enorme y recuperaría los ánimos de todos de cara a lo
que se avecina. Es el momento de resurgir. Estamos en semana de pasión, en
semana de resurrección.
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