El conmovedor adiós de un señor ninguneado por su club


MARTA G. BREA
Aunque uno pensase que ahora mismo la mejor solución para el banquillo del Celta era cambiar de inquilino, esta situación profesional provocada por los resultados y la trayectoria del equipo en las últimas semanas no tiene nada que ver con la tristeza que supone ver cómo Paco Herrera deja de ser nuestro entrenador. Director de la orquesta céltica desde junio de 2010, el técnico barcelonés habló ante los medios este lunes para despedirse con una caballerosidad y un sentimiento que engrandece su figura, maltratada desde la institución por unos malos modos que han salido a la luz durante el cambio de cromos.

La ratificación previa al adiós, todo un clásico en el mundo del fútbol, y el conocimiento mediático del fichaje de Abel Resino para su puesto antes de comunicárselo personalmente constatan la escasa lealtad hacia un hombre que, pese a sus aciertos y errores, merecía un reconocimiento mayor a su ciclo en Vigo. Personalmente, pienso que ya no transmitía la credibilidad de antaño en el cargo desde hace tiempo, obviando a la fortuna como factor ineludible en el juego. No obstante, su huella será profunda en el celtismo por todo lo que nos ha dado, más allá del ascenso, y su honestidad no admite ningún tipo de discusión.

No es el único que se ha equivocado en toda esta historia, aunque sí la diana más fácil ante la imposibilidad de cambiar de futbolistas a estas alturas o de modificar a la directiva con un nueva dirección al frente al club. Siempre sucede lo mismo y en este caso no iba a ser diferente, aunque Paco ha hecho, con sus palabras de este lunes, que los malos resultados hayan pasado por un instante a un segundo plano y hayamos aplaudido a un ser humano extraordinario, a un trabajador intachable.    

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