No hace falta demasiado tiempo para catalogar a un árbitro.
Basta con verle en acción en la primera jugada con algo de miga. Después de
tres faltitas y una tarjeta a Michael Krohn-Dehli a la mínima oportunidad,
Balaídos entero sabía que Paradas Romero era ese tipo de colegiado
insoportable, de los que desesperan a unos y a otros, de aquellos que en lugar
de favorecer el espectáculo se dedican a emborronarlo.
Antes de la jugada
que cambió el devenir del encuentro, el Celta no estaba haciendo su mejor
partido. Herrera había sorprendido a casi todos dejando en el banquillo a Álex
López y recurriendo a ese trivote que tan bien funcionó ante el Valladolid, una
decisión un tanto extraña pues supone prescindir de tu principal canalizador de
juego. Pero el plan funcionaba. El peligroso ataque donostiarra no inquietaba y
los celestes se adelantaban en el marcador en una jugada que justificó el
correr el riesgo de situar a un dolorido Aspas en el once. Genial dejada del
moañés para un Krohn-Dehli que vio puerta por primera vez en toda la temporada,
algo que se debería repetir más a menudo.
Sin embargo, con la
segunda parte todo cambió. Herrera dejó inteligentemente a Aspas en la caseta
para evitar problemas futuros e insertó a Álex López en la medular. Paradas
Romero entró en escena expulsando a Augusto tras una mano a todas luces involuntaria.
Una decisión amparada en un reglamento absurdo que deja a la interpretación de un
colegiado sin criterio, como demostró posteriormente al no expulsar a Carlos
Vela en una jugada similar, el juicio de una acción que en un 75% de ocasiones
se produce de forma involuntaria y cuyo castigo es muy grande tanto para el
equipo que la sufre como para el espectáculo en general. Alguien debería
reunirse a final de temporada para clarificar de una vez por todas esta
cuestión.
A partir de
entonces el partido se convirtió en un calvario para el Celta. La Real tardaría
un cuarto de hora en empatar en la única jugada en la que las fuerzas se
igualaron: un balón parado. Fue entonces cuando Herrera, víctima del miedo,
quiso asegurar el empate y renunció por completo a cualquier opción, por mínima
que fuese, de conseguir la victoria. En un cambio un tanto incomprensible, el
técnico catalán introdujo a Natxo Insa en detrimento de Park, único punta que
quedaba sobre el campo. El resultado fue un Celta pertrechado en su campo, con
Álex López como futbolista más adelantado y sin apenas posibilidad de inquietar
a un conjunto donostiarra que, como al Deportivo meses atrás, le faltó ambición
para ganar el partido.
Al final, punto
sabroso vistas las circunstancias aunque, obviando las mismas, el Celta ha
vuelto a dejar escapar una clara oportunidad de distanciarse con la zona baja.
En ello mucho ha tenido que ver un colegiado falto de criterio, pero también un
entrenador presa del miedo. Herrera es un buen técnico, con numerosas virtudes
que han llevado a este equipo de nuevo a Primera División. No obstante, muestra
en ocasiones una evidente falta de carácter y ambición que se transmite a sus
futbolistas. No puede ser, como aconteció en Vallecas, que la expulsión de un
jugador provoque la sensación de haber perdido cuatro futbolistas. Más valentía
hará falta en la cita próxima en el Reyno de Navarra. Una final por la
permanencia que el Celta deberá afrontar sin Augusto Fernández y Michael
Krohn-Dehli, bajas provocadas por el gatillo fácil de Paradas Romero.
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