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BENITO ORDÓÑEZ |
Se acabó el sueño de la Copa. Sueño para algunos, porque para otros está demostrado que resulta un estorbo evitable. Entre ambos pensamientos se ha movido Paco Herrera en los últimos meses. Salió con todo en la vuelta frente al Almería para tratar de levantar una eliminatoria que se había puesto muy cuesta arriba en tierras andaluzas. Repitió fórmula hace tres semanas en Balaídos, donde el Real Madrid claudicó ante un Celta superior. Sin embargo, con el 2-1 de la ida y la posibilidad de dar la campanada en el Bernabeu, el técnico catalán varió su discurso. Sentar a Roberto Lago, Oubiña y sobre todo Iago Aspas no se puede interpretar de otra manera. Decisión acertada para unos, incongruencia para otros. Cierto es que el campeonato liguero posee mayor relevancia, pero no se entienden muy bien esfuerzos anteriores para llegar al día clave en plenitud de opciones de completar la machada y dar un paso atrás.
Si a esto le
sumamos un Real Madrid más enchufado que en anteriores citas, abanderado por un
Cristiano Ronaldo descomunal, el resultado de 2-0 al descanso se antoja corto.
Principalmente porque el Celta apenas existió durante los primeros 45 minutos.
La dependencia de Aspas en ataque es evidente y a los vigueses les faltó
frescura. También ayudó la intensidad en la presión de los de Mourinho,
conscientes de lo que había en juego. Unos buscaban el pase a cuartos y otros
trataban de encontrarse con él.
Lo más sorprendente
fue que la propuesta celeste mantuvo sus opciones hasta el final.
Incomprensiblemente, la baja de Xabi Alonso desnortó a un Real Madrid que cedió
el control del esférico al Celta. Los merengues bajaron una marcha y
permitieron a Álex López y Krohn-Dehli adueñarse del partido. Con Aspas en el
campo, las sensaciones eran otras. El Celta, prácticamente muerto durante la
primera parte, llegó con vida al final. Tuvo sus oportunidades para empatar la
eliminatoria, pero se encontró con la figura del cuestionado Casillas. Después,
un último latigazo de Cristiano hizo hincar definitivamente la rodilla a los
célticos.
Lo mejor ahora es
olvidar y centrarse en el Espanyol. Las secuelas del Bernabeu son graves, pues
el equipo pierde a Túñez durante tres semanas y ve como Hugo Mallo, junto a
Aspas el gran activo del club, dice adiós a la temporada. Una pena lo del de
Marín, en franca progresión en los últimos meses y con un nivel superlativo.
Jonny debe tomar el relevo.
Ahora, de aquí a
junio, ya no habrá “distracciones”. La atención estará centrada en una Liga que
no da tregua y que el próximo sábado depara un enfrentamiento ante un rival
directo. La Copa tendrá que esperar hasta el año que viene. Ojalá que sea con
el equipo en Primera y que se afronte con un poquito más de fe y convicción.
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