Significados de un ascenso


Foto: Ricardo Grobas
Todos coincidimos en una cosa: esta semana se está haciendo eterna. Vemos el objetivo tan cerca, tan al alcance de nuestras manos que lo queremos ya. Como un niño ante los regalos navideños, como quien ve el cumplimiento de sus sueños a la vuelta de la esquina. Son ya muchos años de espera y los nervios, esos malditos nervios, no se van ni del más frío de los celtistas. La última vez se remonta a la temporada 2004/2005 y un servidor, por suerte, vivió aquel sueño en primera persona. Un subidón de adrenalina que como celtista nunca olvidaré y que vale más que todos los títulos del mundo. Porque ascender es incomparable a ninguna meta deportiva, un ascenso es sinónimo de alivio, de “ya está”, de hermanamiento y celebración. Hablando en plata: es la hostia.

Lo hablaba estos días con un gran amigo, deportivista incondicional, cuya experiencia de la semana pasada era la primera en cuanto a ascensos se refiere. Este fue el primer año que vivió cómo su equipo peleaba en la categoría de plata, acostumbrado a jugar en Europa, a ganar títulos y a las glorias del Super-Depor. A principios de temporada le dije, como dándole ilusión, que un ascenso no es comparable a nada. El fin de semana pasado, con la consecución de su ascenso, me dijo que tenía razón. Que nunca, ni cuando ganaron Liga y Copas, vivió algo parecido. Y es que ascender es algo distinto. Quizá porque es una mezcla de sufrimiento y pasión, quizá porque el dolor trae recompensas más dulces, quizá porque te reconcilia con lo que más quieres.

Somos y seremos siempre un equipo humilde, un equipo que tuvo sus épocas gloriosas pero que nunca dejará de formar parte de los pequeños. Entiéndanme, pequeños en cuanto a poder monetario y títulos, pero grande (¡enorme!) en cuanto a sentimiento e identificación con unos colores. Y es pro eso que estos largos cinco años nos traen ahora la mejor de las recompensas. Como aquella temporada que ascendimos en Lleida bajo un calor infernal. Los muchos celtistas que nos desplazamos saltamos al campo gritando de alivio, mirando hacia el cielo sin creérnoslo, como diciendo que estábamos ahí otra vez, que nos habíamos equivocado pero que ahora ya habíamos subsanado nuestros errores. Entre lágrimas y sonrisas nos abrazábamos a los jugadores, conscientes ellos también de que lo que acababan de conseguir era uno de los hitos más grandes de sus carreras deportivos. ¡Y además lo tuvimos que hacer por partida doble!

Muchas penurias pasamos desde entonces. Muchos entrenadores y jugadores han pasado por nuestro banquillo, muchos momentos agridulces se clavaron en nuestra memoria. Nos ilusionamos muchas veces para más tarde darnos un golpe casi mortal. Pero como siempre seguimos remando, nos levantamos y continuamos tozudos e ingenuos buscando un destino más feliz. Bajo la lluvia vivimos partidos infames, con las gradas más vacías que llenas, contra equipos de nivel bajo e incluso teniendo nosotros un equipo de nivel bajo. Madre mía, ¡la de despropósitos que vimos en nuestro querido Balaídos! Patadones, tuercebotas, tragadas defensivas, despropósitos tácticos, goleadas en contra, robos a mano armada, pérdidas de tiempo, filiales especulando, rivales que nos trataron por el pito del sereno…Un sinfín de cosas que, los más valientes, tuvimos el estómago de aguantar religiosamente en nuestras butacas.


Todo eso hasta llegar a este domingo. Todavía no está hecho pero bien sabe Diostovoi que lo tenemos más cerca que nunca. El círculo comenzó a trazarse en un terrible y soporífero empate contra el Córdoba (madre mía, ¡si hasta Arthuro nos metió un chicharro!) y esperemos que se cierre ante el mismo rival en un partido mucho más atractivo. Allí estaremos los de siempre, los sufridores, los que realmente conocemos los significados que tiene un ascenso. Con nuestros corazones atravesados por una cruz de Santiago vertida de celeste, con las ganas del primer día y la ilusión que borra todos los malos recuerdos. Porque si orgullosos nos sentimos en su momento aquel día en Lleida tras un año en el infierno, mucho más tendremos que sentir este domingo tras una travesía tan y tan larga y llena de sinsabores. Y entonces podremos decir, con la boca bien grande, que mereció la pena. ¡A por ello!

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