El fútbol es celeste


Foto: EFE
Hay derrotas y derrotas. La de ayer en Riazor, pese a la dureza que supone, es de esas que dejan un regusto dulce en el paladar del aficionado. Todos los celtistas, todos sin excepción, deben sentirse orgullosos del equipo que tienen y acudir a sus puestos de trabajo o centros de estudio con la cabeza bien alta, sin vergüenza alguna. Y es que en un derbi precioso, propio de la categoría que ambos conjuntos tratan de alcanzar, los vigueses dejaron una muy buena imagen delante de toda España y, sobre todo, delante de un eterno rival que se supo inferior y al que lo salvo su pegada y las siempre milagrosas intervenciones de Dani Aranzubia.

Apostó Herrera por un equipo valiente para conquistar el coliseo coruñés: Aspas, Bermejo, De Lucas y David en la delantera. Tardó el Dépor, o mejor dicho el Celta, cuatro minutos en estropear la propuesta osada de su técnico. Un gol estúpido, en el que una vez más se volvió a demostrar la falta de contundencia de la zaga celeste, permitió a los coruñeses adelantarse y cambiar el guión de un derbi que pintaba propicio para los visitantes.

A raíz de este comienzo, el Celta se vio obligado a hacer lo que menos le gusta, tener el control del partido y dominar en ataque estático. No obstante, no se arrugaron los de Herrera y aceptaron el reto de remontar el choque. Guiados por un magistral Borja Oubiña y un buen Álex López, los vigueses monopolizaron la pelota cercando la meta local. Las ocasiones empezaron a sucederse: primero Aspas, después De Lucas, luego Bermejo, más tarde Oubiña, posteriormente David…La pelota no quería entrar, pero en todo el estadio se mascaba el tanto del empate.

La segunda parte fue tres cuartas partes de lo mismo. El control para el Celta, y el Deportivo fiado a la magia de Valerón y al desborde de un Salomao que volvió loco a un flojo Oier. Las tuvo y variadas el equipo celeste, principalmente en botas de Mario Bermejo, que no supo finalizar un mano a mano. Pero el tiempo pasaba y el empate no llegaba.

Las más de 2000 gargantas viguesas no se apagaron y encontraron la recompensa a su esfuerzo con el gol de Orellana, un futbolista desequilibrante y que comienza a reclamar un puesto en el once titular con regularidad. La igualada, aunque no del todo justa, colmaba los deseos de una hinchada aún esperanzada en culminar la remontada. Una idea nada descabellada, pues el Celta estaba volcado y con capacidad suficiente arriba como para desmontar la zaga blanquiazul por segunda vez.

Pero el sino de este equipo es el sufrimiento y, en muchas ocasiones, la mala fortuna. Una pérdida de Orellana y una excesiva pasividad de la retaguardia viguesa a la hora de salir a tapar el tiro del rival, permitió a Lassad engatillar un fantástico disparo-uno de esos que habitualmente suelen irle a la grada- que se coló por la escuadra de Yoel. Increíble, pero cierto: el partido se escapaba.

Finalmente, los tres puntos se quedaron en la capital herculina. Sin embargo, el autobús de regreso a Vigo fue un cúmulo de opiniones positivas y pensamientos optimistas. La afición, aunque notablemente fastidiaba, regresaba a la ciudad olívica orgullosa, segura de la injusticia de la derrota y consciente de que un partido como este se pierde una de cada diez veces. Y es que el Celta demostró ser superior a su eterno enemigo, pues, aunque el Deportivo puso la pegada y se llevó los tres puntos, el fútbol fue total y absolutamente celeste.

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