La brújula celeste


En todo equipo suele haber futbolistas ajenos al foco de las cámaras, lejanos al calor de una grada que no los considera la gran estrella del club. En ellos no se vacían todos los elogios cuando la victoria sonríe al conjunto, pero tampoco se estrellan todas las críticas cuando el resultado es adverso. Digamos que no son la cara visible del equipo, el rostro que mejor interactúa con el hincha. Prefieren mantenerse al margen, en la sombra, lejos de las miradas, conscientes de que, en el fondo, ellos son la piedra angular de un grupo que juega al ritmo que marcan sus pies y su cabeza. Su influencia es tal que, de alguna manera, son el termómetro que marca el estado futbolístico del conjunto. Si ellos están bien, el equipo está bien; si no andan finos, el equipo lo paga.

Se trata de algo muy común en el mundo del fútbol. Los aficionados del Real Madrid idolatran a Cristiano Ronaldo, por sus goles y regates, pero es Xabi Alonso quien determina cómo está el conjunto merengue en cada partido. Con el portugués atinado, los de Mourinho pueden vencer o no; pero si el de Tolosa no funciona, los blancos sufren un cortocircuito y se vuelven más vulnerables. Tres cuartas partes de lo mismo se puede decir de su eterno rival, el Barcelona. Messi ofrece la magia, pero es Xavi quien marca el ritmo. Sin el 6 a buen nivel, los azulgrana no meten tanto miedo.

En el Celta ocurre algo semejante. En este inicio de temporada, De Lucas se está convirtiendo en el ídolo local. Estrella del equipo, de sus botas han salido goles y asistencias a pares para dar al Celta los seis primeros puntos de la temporada. Pero, ¿quién marca la temperatura de este equipo?, ¿quién es la brújula celeste que guía al barco de Paco Herrera hacia el puerto del buen fútbol? La respuesta es fácil: Álex López.

El ferrolano define el estado del Celta. Si él se prodiga en tareas ofensivas, el conjunto vigués se vuelve más peligroso en ataque, con más toque en el centro del campo y mayor llegada de segunda línea. En cambio, si Álex se dedica a defender, el equipo aumenta su conservadurismo, encerrándose en su propio campo para proteger el arco de Yoel.

Es algo que estamos viendo ya en estos dos partidos. En Murcia, el centrocampista gallego no realizó su mejor encuentro, pero, en los instantes en los que entró en contacto con el esférico, el Celta se volvió más peligroso, con más mordiente. Ayer, en Huelva, fue de lo mejorcito junto a Quique De Lucas, sobre todo en la primera mitad. Volvió a recordar porqué, durante dos tercios de campeonato, fue pieza clave en el esquema de Herrera. Ofreció sacrificio defensivo, recorrido, llegada al área rival… Además, también se prodigó en facetas que, si bien el año pasado no eran de su competencia, este año requieren de una mayor participación por su parte: la organización del juego y el gol.

En estos dos últimos encuentros el Celta ha mostrado una versión futbolística muy clara: la de equipo veloz y contragolpeador. Puede resultar suficiente para encuentros como el de ayer, lejos de Balaídos, pero parece una escasa propuesta cuando al feudo celeste vengan conjuntos que se dediquen a esperar replegados atrás, aguardando un error del conjunto vigués. Esa es la realidad que le esperará al Celta en futuros compromisos; la Segunda División es así, y sino que se lo pregunten al Deportivo. Por ello, el conjunto dirigido por Paco Herrera debe ofrecer algo más, una alternativa futbolística para encuentros en los que va a tener que llevar el control y abandonar ese 4-2-4 que convierte al Celta en un peligroso equipo al contragolpe, pero que, en muchos momentos, parece que lo parte en dos.

Y eso será tarea imposible sin Álex López. Él debe ser ese futbolista capaz de darle velocidad y pausa al partido según convenga, quien decida si jugar un fútbol más elaborado o más directo, más de combinación o de contragolpe. Lo puede hacer, pues tiene suficiente calidad para ello y la afición viguesa confía en un jugador que, tal y como lo definió Herrera, es de Primera División. Este Celta va a jugar a lo que Álex López quiera, va a caminar en la dirección que él elija. Al fin y al cabo, es la brújula celeste que marca el norte de este equipo.

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